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viernes, 8 de julio de 2011

Benjamín Prado y su Marea humana

En El Salvador conocí a Benjamín Prado (su obra pues), gracias a mi amigo William Alfaro, poeta salvadoreño y Lucía García, su compañera, quienes compartieron conmigo Marea humana (editorial Visor, 2010, segunda edición ampliada).

Este poemario, estructurado en tres partes: I. Marea humana, II. El enamorado y III. Marea humana tiene imágenes tan poderosas como adictivas, una vez que las lees y entran en tu cabeza, es imposible olvidarlas. Sin embargo, hay algunos textos que bien podrían convertirse en canciones y uno que otro poema que para mi gusto son un poco cursis.

Benjamín Prado nació en Madrid en 1961. Ha publicado las novelas Raro (1995), Nunca le des la mano a un pistolero zurdo (1996), Dónde crees que vas y quién te crees que eres (1996), Alguien se acerca (1998), No sólo el fuego que camina (1999), La nieve está vacía (2000) y Mala gente que camina (2006) y los libros de relatos Jamás saldré vivo de este mundo (2003).

Su obra poética está reunida en los volúmenes Ecuador (poesía 1986-2001) e Iceberg, ambos aparecidos en 2002.  

Aquí les dejo una muestra de sus poemas de Marea Humana y otros… disfrútenlo!


4 de octubre en Landmark Hotel

-Si es un sueño no quiero que nada me despierte
-decías con El ángel que nos mira en la mano
y corriendo bajo la lluvia- decías
la tormenta es un tigre,
el tigre tiene un movimiento de árbol
que va entrando en la noche.

Bajo la lluvia,
a solas con tu vida entre cielos e infiernos,
entre nada ya es suficiente y demasiado no basta,
mirabas caer la oscuridad en los parques
-como un sonido de campanas sobre el agua-
y decías una canción es sólo
la forma de salir de un callejón sin salida,
mirabas la oscuridad,
con tu corazón perseguido por los leones,
con tus plumas azules y tus sortijas árabes.

20 años después, mientras me hablas
de pequeñas ciudades -me pregunto
si un recuerdo es algo que conservamos
o algo que hemos perdido-, de pequeñas ciudades junto al mar,
yo comprendo que sólo fuiste un sueño. Y como dice
Delmore Schwartz en una canción de Lou Reed,
en nuestros sueños comienzan nuestras responsabilidades.

La última playa es fría y tiene una luz extraña,
una luz blanca hecha de pájaros caídos.
20 años después, desde este mundo
de las cosas tal como son, tenemos
nuestras propias preguntas y respuestas
que huyen de tu nombre
como animales asustados por un trueno.

El sueño es dulce, sientes
grandes ruedas de fuego en el calor del día.
y Lou Reed también dice
que si cierras la puerta
tal vez la noche dure para siempre.

De "Cobijo contra la tormenta" 1995


Conversación en la isla

-Escribir un poema es intentar desatarse,
adivinar en qué mano está la moneda

-dije yo-. Tú mirabas
el sol igual que un fuego encima de la isla
y yo dije: -La poesía empieza
cuando ya has olvidado qué es lo que te asustaba
pero aún tienes miedo.

Yo veía
las torres blancas. Tú dijiste: -Es raro,
nos gustaría huir
pero nadie nos sigue.


Junto al agua,
partiendo nuestras vidas,
cortándonos las manos al coger los cristales,
tú dijiste: -La poesía es todo
lo que hay entre un disparo y el animal herido.

Parecías
tan lejos, tan a salvo
de ti y de mí;
distinta igual que siempre,
rota y vuelta a armar de una manera nueva.

El sol se fue. La noche
se acercaba y yo dije: -¿Recuerdas que jugábamos
a poner nuestros años
al lado de la Historia? Por ejemplo:
aprobaste Latín y Armstrong llegó a la luna...
Y tú dijiste: -El fuego
                                           de los días,
                                                                   la suma
de las horas,
las letras de "Armstrong llegó a la luna"...

Estábamos tan solos,
tan cansados,
como perros perdidos en medio de la lluvia,
como hombres mirando la noche desde una casa vacía.

Vi las últimas luces de la costa y el cielo
extraño encima de la playa. -A veces
-dije- no hay más que eso
y algún sitio donde ir pero ningún sitio donde quedarte
y palabras que son las piezas del abismo
y recuerdos igual que disparos en una diana.


Luego llegó la luz, el ruido azul
de la mañana,
mientras tú decías:
-Te di mi corazón y quisiste mis sueños,
te di mis sueños pero quisiste mi esperanza.
y yo dije: -Sí, es eso. Eso es todo:
una sola mujer y un millón de maneras de perderla.

Me miraste. Dijiste: -¿Y después? Y yo dije:
-Nada. Después no hay nada.
Después de eso
tenemos que estar juntos para siempre.


Nos quedamos callados,
junto al agua,
mientras la luz rompía el orden de la noche,
mientras el mar se estrellaba contra los nombres de las ciudades.
Mirando el sol sobre las torres blancas.
Cada uno observando su corazón moverse
lo mismo que un pez rojo en la oscuridad de un río.

La sombra de las torres se parecía a mi vida.

Cada uno protegido por su propio dolor,
como ángeles mirando una tormenta desde el fondo del cielo.

De "Todos nosotros" 1998


XI

Mi amor, este poema
es para que lo leas cuando no esté a tu lado,
cuando no pueda ya cuidar de ti.

No te conformes nunca con alguien que no piense
que tu eres una llama más antigua que el fuego,
que tú eres su razón para vivir.

Aprende a no querer a los que no te quieran
y elige bien a qué le tendrás miedo:
no habrá sombra que oculte lo que tú temas ver.

Escapa del que piense
que el aire es la pared de lo invisible
y huye de aquel que crea
que es más feliz quien menos necesita,
porque ése no podría necesitarte a ti.

No te rindas, no olvides jamás que la tristeza
sólo es la burocracia del dolor.
Y si sientes que el mundo se derrumba,
no intentes abrazarte
a otro que esté cayendo a la vez que caes tú,
como yo hice contigo.

Algún día
tendrás que despertarte para salvar tus sueños.
Algún día sabrás que en las promesas
hay siempre un cristal roto
en el que aúlla el viento frío de la mentira.

Recuerda todo eso.

No escondas lo que sientes por miedo a ser frágil,
como aquellos
que por guardar tan bien lo que más les importa,
lo pierden para siempre.

Recuerda que no hay nada que no pueda
ocurrir cualquier día.
No olvides que esta obra ha terminado.
No olvides que le hablas a un teatro vacío.



La víctima

Todo lo que tú has roto, lo rompieron mis manos.
Yo invento tus mentiras y afilo tu puñal
para obligarte a herirme.
Tu sangre nos azota con su látigo rojo;
tu vida es un desierto que fue río:
hay hombres –dice Keats- que se detienen
igual que una criatura que una vez tuvo alas.

Ésa es tu verdad.

Tus odios no son más que el eco de mis odios.
Cada golpe que das
te defiende de un golpe que yo te habría dado.
Tu mundo es norte y sur, Dios o el infierno,
y en tu azotea hay ángeles que detienen la noche
y en mi sótano hay lobos que mastican la aurora.

Es fácil de entender.

Yo pongo tachaduras en los papeles blancos
donde ibas a escribir los versos que no escribes.
Yo conduzco a las sombras lo que miro
y si tú abres los ojos
la oscuridad se llena de flores submarinas.

Es sólo el bien o el mal,
la luz o las tinieblas,
mi voz manchada o tu silencio limpio.
Yo no tengo piedad y soy injusto.
Tú eres el juez que llora
sobre las tumbas de sus condenados.

Quién se atreve a dudar.
Yo soy el muerto y soy el asesino.
Tú siempre matas en defensa propia.

De “Marea convocada” (segunda edición) 2010


El poeta

A veces no quisiera
morder una canción en la naranja;
ni oír que en el reloj se enrosca lentamente
la anaconda del día;
ni buscarle a los muros blancos de lo visible
las grietas donde crece
la flor oscura de la realidad.

A veces siento envidia de quien no está obligado
a abrir en cada nombre en tragaluz
que aclare
su infierno y su sentido;
quien no ve en la escalera
                                        la terrible
                                                    columna
                                                                  vertebral
del dragón de los sótanos
o no intuye en las cruces el ancla de la muerte.

Qué hermoso debe ser un diccionario
en el que las palabras no sean contraseñas,
ni llaves,
ni victorias,
ni redes,
ni aduanas,
sino sólo ellas mismas: huracán, cicatriz,
selva,
música,
amante,
silencio,
rompeolas…

A veces
no querría imaginar que existes,
ni soñar que las líneas de mi poema dejan
un zarpazo en tu piel.

Porque es dulce cortar el alambre de espino
de los versos tachados;
saber que en el maíz se deletrea un tigre;
bajar a las palabras en busca de su música,
ser su centro
como la capital del dolor es la herida;
y a la vez es tan duro
admitir que padeces
la maldición de todo lo que al no ser exacto
tiene que conformarse
con ser sólo infinito:
cada poema trata
de lo que no ha logrado el poema anterior.

Dime tú si al final tendré que arrepentirme.

De “Marea convocada” (segunda edición) 2010



El soñador

Una noche soñé que era Pablo Neruda.

Estaba en una playa
y oí en mi corazón segundos rojos,
vi en el cuarzo una suma de erizos y tormentas,
vi en la gaviota un cruce del vértigo y la nieve.
Todo era tan real.

Un clavel era el ojo de quien mira un incendio.
La escarcha era una lluvia de cúpulas deshechas.
Los destellos del oro,
avispas que volaban en torno a su panal.

Yo fui Pablo Neruda,
compré diamantes en las fruterías,
domaba diccionarios con un látigo verde
y cavé un túnel que iba del pan a las banderas.

Tú venías a mí
como septiembre acude a las manzanas.

Cuando me desperté,
la sombra de los árboles
le ponía a la luz negras herraduras.

Cuando me desperté
no quedaban ni viento ni banderas
y te había perdido.

A veces es tan triste no ser Pablo Neruda
y que la noche sea nada más que la noche
y el día, sólo el día.

De “Marea convocada” (segunda edición) 2010

 
 Frío como el infierno

Roma, 1995

Estamos en invierno y esto es Roma
y tú no estás.
                           Yo voy de un lado a otro
de tu nombre,
                             lo mismo
que un oso en una jaula;
                                                 marco un número;
pongo la radio, escucho una canción
de Patti Smith dar vueltas dentro de Patti Smith
igual que un gato en una lavadora.

Estamos en invierno y yo busco un cuchillo;
miro la calle;
                            pienso en Pasolini;
cojes una naranja con mi mano.

Y esto es Roma.
                                 La nieve
convierte la ciudad en una parte del cielo,
ilumina la noche,
deja sobre las casas su ángel multiplicado.

Y tú no estás.
                            Yo cierro una ventana,
miro el televisor,
                                   leo a Ungaretti,
                                                                     pienso:
la distancia es azul,
yo soy lo único que hay entre tú y este frío.
Estamos en invierno y esta ciudad no es Roma
ni ninguna otra parte.
                                              Miro atrás
y puedo verlo: acabas de apagar una lámpara;
has cerrado los ojos
y sueñas con un bosque;
                                                   de repente
alargas una mano,
                                      buscas una manzana
que está en el otro lado de la mujer dormida...

Mientras,
                      yo odio este mundo frío como el infierno
y el cansancio que caza lentamente mis ojos;
odio al lobo que has puesto en la palabra noche
y la forma en que llenas la habitación vacía.
Odio lo que veré
desde hoy y para siempre: tus pisadas
en la nieve de Roma, donde nunca has estado.

De "Todos nosotros" 1998