Ledo Ivo, 2008 ®Borzelli Photographya |
Ledo Ivo
"Hermano mío, deja que la gotera moje tus últimos
poemas.
Poco importa que mañana te reconcilies con los grandes
temas líricos.
El mañana es indestructible. La lluvia te enseña
a ser invariable sin repetirse".
La aldea de sal. Calambur Editorial, 2009.
Traducción de Guadalupe Grande y Juan Carlos Mestre.
Elegía Didáctica
Piensa en las muchachas muertas que entregaron a la
tierra
un secreto ardientemente codiciado por los hombres,
y en los colegiales que aman con la mayor pureza a las
jóvenes vecinas
que los enamorados llevan a los sitios más oscuros de
la ciudad.
Piensa en los niños que jamás se bañaron en el mar, y
sueñan
siempre que se ahogan,
en las prostitutas pobres que, cuando sus hombres se
han ido,
a lo inefable.
Piensa en todos los que se fueron, guiados por las
estrellas,
y en los que murieron lejos de las familias que los
detestaban.
Piensa en los que se entregaron a la muerte convencidos
de que
ninguna lágrima
resplandecería en la fulgurante unidad de los rostros
amados.
Piensa en los que jamás oyeron una declaración de
amor,
y en los pobres que no conocieron los devastadores
placeres
de las posesiones tardías.
Piensa en la lluvia, cayendo sobre los huertos
hipotecados,
y en los frutos de las alquerías acariciados por la
euforia del sol del verano.
Piensa en los caminos intransitables, cerrados a la
promesa de los viajes
y en las personas que van a morir escuchando los
vientos.
Inclínate ante el recuerdo de los lejanos amigos de tu
adolescencia.
Acoge en el fondo de tu memoria las voces que
silenciosamente
aguardaban en tu corazón
durante los años en que no te asaltó la certeza de
estar cantando.
Acepta el movimiento de cólera de las palabras que se
resisten
a tu ardiente llamamiento
y abre tus ojos un domingo
que reúna la esperanza de todos los días.
Piensa en las hogueras de tu niñez que vuelven a arder
cada año
en tu memoria
y en aquellos que no regresaron y murieron misteriosamente
cuando se disponían a retornar.
Piensa en los que van a nacer, inclinados hacia el fin
de tu noche,
y en los hombres que soñaron poseer la serenidad
matinal
de los árboles
y pasaron largas tardes caminando junto al océano.
Piensa en los cielos que se abren diariamente a los
aviones
y en las mujeres extranjeras que viste cierta noche y
a veces
aparecen en tus sueños.
Piensa en los adolescentes incomprendidos por los
padres
que aguardan inútilmente que una mujer los llame,
y en los libros jamás hojeados, y en las lámparas no
encendidas.
Piensa en las ventanas de interior, cuyo mayor deseo
es abrirse
ante el mar,
y en la mirada de los niños abandonados al amanecer en
el torno
de los hospicios.
Piensa en las parturientas muertas sobre las mesas de
los hospitales,
lejos de los maridos que no las amaban y desearon en
secreto
su desaparición.
Piensa en los canes repelentes conducidos a las
perreras
y en los artistas populares, violentamente
transfigurados
por la inspiración
de una samba que millones de bocas cantarán durante el
carnaval.
Después piensa en los versos que aparecen en tus
sueños
y que van a reunirse con las nubes tan pronto despunta
la aurora.
Piensa en las lavanderas, cantando al sol de los
oteros,
y en los cuadros de los museos no visitados jamás.
Piensa en las bocas que nunca conocieron la
voluptuosidad
salvaje de otras bocas
y fueron envejeciendo como frutos intactos.
Piensa en los corazones que en cierto momento se
sintieron
atravesados por la luz del cielo
y pasaron el resto de sus días en la irreparable
oscuridad.
Piensa en los desaparecidos, cuyos conmovedores
retratos
aparecen en la última edición de los vespertinos
y en los suicidas que no dejaron cartas por falta de
papel y lápiz.
Piensa en las ciudades que amanecen sombrías ante la mirada
de los viajeros sedientos de claridad,
y en las calles por donde nadie pasa durante la
madrugada.
Piensa en los túneles, oscuros caminos abiertos hacia
el Otro Lado,
y en las escaleras que nunca llevaron a nadie hacia la
gloria y el dominio.
Piensa en las repugnantes camas de las pensiones
dudosas,
y en los ancianos que esperan siempre ese sueño
llamado muerte.
Piensa en los relojes que no marcan el día
resplandeciente,
y en las alimañas muertas de sed, abandonadas en lo
oscuro
por la propia naturaleza.
Piensa en los niños que no conocen los esquivos
regalos
del final de diciembre,
y en los objetos olvidados en la arena de las playas
durante las excursiones.
Piensa en los personajes de novela que siguieron el
incierto
destino de sus creadores,
y en las lunas cuyo brillo desmorona la serenidad de
los adolescentes.
Piensa en las puertas que nunca se abrieron para
recibir
a un huésped,
y en los riachuelos sucios que desearían ser el abrigo
azul
de los veleros y los yates.
Piensa en las manos que siempre rechazaron limosnas,
y en las jovencitas que los enamorados pervierten sin
ninguna piedad.
Después piensa en la hiedra que se abraza con su
sofocante
caricia a las casas antiguas,
y en las los niños de los tiempos pasados que nada
sabían del Mañana.
Piensa en las grandes mareas que esperan entre las
rocas el grito
mudo de las madrugadas,
y en los ojos ciegos que sorben el agua clara de la
música
de los organillos.
Piensa en los muertos, sobre todo en los soldados
desconocidos
que se quedaron en cementerios ilocalizables,
y piensa en los vivos que ignoran los cementerios
donde
reposarán un día.
Oh, piensa en todo, en los horizontes tranquilos de
tus días
de entonces, en el escalofrío que te recorre al caer
la noche
en latitudes extranjeras.
Piensa en tu infancia transformada en fábula, vientos
y frutales
estallando al sol
y en los senos de las mujeres que fueron envejeciendo
sin darse cuenta,
y piensa también en las formas de esas mujeres,
destruidas
implacablemente sin que tu mirada las solicite.
Piensa en tus padres, que confiaron en ti cuando sólo
eras silencio
y jamás te imaginaron entregado al vuelo de un verso.
Piensa en tus hermanos, en tu casa los domingos,
y en el patio de los colegios donde despertaste hacia
los
deseos irrealizables.
Piensa en cuántas veces paseaste tu soledad por los
campos
y miraste hacia atrás con la esperanza de que una
mujer
te siguiese.
Piensa en las muchachas inaccesibles de tu antigua
calle,
y en los gritos que oíste llegar desde gargantas
desconocidas,
y en las voces que eran claras aun cuando había
tormentas.
Piensa en todo y en todos, sin temer que te asalte el
miedo
que proviene de la vastedad del pasado.
Piensa en todo y en todos, y cuando los recuerdos se
hayan ido
volando como los pájaros y las hojas, la arena y las
voces,
lleno de confianza en la vida y el mundo,
sintiéndome unido a todos los hombres y todas las
cosas,
inclínate sobre el cuerpo de la mujer que amas
o despierta a la alegría triunfal de un solo verso.
Himno de la
imaginaria ventana abierta
No celebraré sólo la casa en que nací
ni el arroyo que además no existió durante mi niñez.
No quiero ser el poeta menor de la infancia y las
inexistentes
alegrías perdidas,
ni quiero llorar los primeros amores, que sólo fueron
los mejores
porque yo no tenía ninguna experiencia en amar.
Celebraré entonces la imaginaria ventana abierta
a la que ella se asomaba para decirme adiós cuando
yo pasaba,
celebraré los campos que no vi pero que estaban
cubiertos
por el rocío en el momento en que los imaginé,
celebraré la vida que antes de mí se abre, las
ciudades de cemento
armado y calles claras que la noche cubre con su
misterio
dulcemente medieval.
Celebraré a los hombres que trabajan, sueñan y se
desesperan,
y caminan torpemente hacia una muerte anónima y hacia
el domingo,
todo lo celebraré, pero sólo como quien necesita de la
soledad
para comunicarse con la vida,
celebraré los ríos, los océanos, las estrellas que en
realidad
existen, las bahías, los estrechos, las tempestades,
las noches en que la lluvia cae sobre la vejez de la
tierra,
celebraré los momentos en que me detengo frente a las
cosas
sin sentir temor,
celebraré la alegría y la tristeza, la desolación de
las almas,
celebraré el esplendor de la poesía sin ninguna
aflicción
romántica ardiendo en el corazón, y si ese dolor
surgiera lo escupiré y me sentiré fuerte y joven,
celebraré las olas, princesas de plata desnudas en el
océano,
lo celebraré todo sin orden ni concierto, para que
todo sea
un único instante tembloroso,
celebraré el mar, los viajes, el momento en que otro
hombre
distinto a mí, y que me ignora, siento lo que yo
siento
sin sentirme dentro de él.
Si viniera un mundo nuevo, no lo llaméis aurora. La
aurora
nace todos los días. Llamadlo mundo nuevo, y que sea
realmente nuevo.
Yo continuaré celebrando todo esto que es el aire que
respiro,
el paseo en barca con mi amiga, rumbo a una isla que
tan sólo es una isla hecha de tierra y playa, sin
ningún
abrigo pero con alguna tranquilidad.
Celebraré, lo celebraré todo, pero dadme la libertad
de cantar
sin imponerme el nombre de las ciudades y de los ríos,
sin sugerirme los temas.
Oh, solamente soy un poeta que no quiere alabar los
asuntos
de la decrepitud sino el tiempo en que existían rosas
esperando el fulgor de los ojos.
Celebraré los pájaros en el aire, los peces en el mar,
la materia
de mi tiempo y las otras sustancias, aquellas que
guardo en mí y son palabras abriéndose, campanas
tocando en un amanecer de palabras.
Y volveré a celebrar la imaginaria ventana abierta que
la
ausencia de mi amada hizo visible la noche en que no
pudo decirme adiós,
y después moriré, pero no me améis en exceso,
ni me despreciéis demasiado, sin embargo, guardad mi
nombre
y buscadme en los versos exactamente tal como soy:
mezclado
entre los otros, rebelde, inconsecuente, confuso y
lírico.
No me preguntéis nunca por la casa de la infancia ni
por el amor
De juventud.
¡Oh!, no me preguntéis nada, escuchadme si queréis, y
observad
la imaginaria ventana abierta.
No existe. ¡Mirad lo que no existe. Creadlo y seréis
poetas!
Cavalo Morto
En Cavalo Morto las muchachas acostumbran a salir de
paseo
con los soldados. Y luego a quererse. Sucede entonces
algo inverosímil:
después de hacer el amor, bordan en las nubes, con un
alfabeto azul y blanco,
el nombre de los enamorados: José, Antonio, Joao.
Las muchachas vuelven más jóvenes de esos amores
entre la maleza. Regresan intrépidas, excitadas por el
filtro de la luna.
Y para ellas no hay exigencias, cobardías,
acontecimientos.
Sólo existen los soldados del batallón.
En agosto, enero, igual en septiembre, las muchachas
aman
en Cavalo Morto. Pasan abrazadas a sus enamorados y
dejan
en la arena del camino como un rastro de espuma o
velo. Los
soldados no saben hacer sonetos, ¡pero cómo aman!
De noche, Cavalo Morto nunca está despoblado. Y si
pasas
un día por ahí y oyes voces, risas y gemidos de amor,
no te asustes
por miedo a los fantasmas. Son las muchachas amándose
con los soldados de Cavalo Morto.
Vals fúnebre de Hermengarda
Aquí estoy, junto a tu sepultura, Hermengarda,
para llorar tu pobre y pura carne que ninguno de
nosotros vio
pudrirse.
Otros vendrán lúcidos y enlutados,
pero yo vengo bebido. Hermengarda, yo vengo borracho.
Y si mañana encontráramos la cruz de tu fosa tirada en
el suelo,
no fue la noche, Hermengarda, ni tampoco fue el
viento.
Fui yo.
Quise amparar mi embriaguez bajo tu cruz
y rodé hacia la tierra donde reposas
triste, aunque cubierta de flores.
Aquí estoy, junto a tu tumba, Hermengarda,
para llorar nuestro amor de siempre.
No es la noche, Hermengarda, no es el viento.
Soy yo.
La lluvia sobre la ciudad
Llueve sobre la ciudad
y la lluvia inunda el asfalto, difunde el desastre y
el desencuentro
e intenta abatir las palmeras que desde el fin de la
tarde
sólo deseaban, gracia plena, las estrellas.
Los truenos retumban espantando a los pájaros
que vinieron a refugiarse en mi cuarto.
Los relámpagos, fotógrafos de lo absoluto, iluminan a
la gente que pasa.
Son otros rostros, hermana mía, son las caras
contrariadas porque las divinidades impidieron los
idilios,
la llegada puntual a una casa, nuestra alianza
postergada
de antemano con lo inefable.
Los desagües reciben finalmente a la Poesía. ¡Cuán
bellos
y nítidos son los barcos de papel
que navegan buscando los inaccesibles, los fantásticos
reinos!
La lluvia tiene una canción. Jamás una elegía
saludará su gentileza. Jamás una oda,
un himeneo, un lamento de égloga.
Hermano mío, deja que la gotera moje tus últimos
poemas.
Poco importa que mañana te reconcilies con los grandes
temas líricos.
El mañana es indestructible. La lluvia te enseña
a ser invariable sin repetirse.
La visita del leñador
Abres la puerta y entras.
Traes el frío del mundo
las hojas caídas sobre el suelo
el fango y el estiércol mezclados
al fondo de la tarde oscura.
Traes el olor de las maderas
mojadas por las constantes lluvias
y el silencio de las colmenas abandonadas
por las abejas que emigran.
Y el frío que traes caldea la cocina
como si fuese una hoguera.
Si Dios no existe es porque Dios existe,
escondido en sí mismo, como la lluvia torrencial
que amenaza con abatirse sobre la selva
donde animales y hombres tienen el mismo destino
que la madera arrastrada por la corriente.
Y Dios existe y no existe. En el cielo de Manaus
las nubes son nómadas como los sueños.
¡Tribus de agua, rebaños de aire! Festivas, musicales,
fondean las barcas en la playa de los Cachorros.
Y Dios es lo que pasa, el pez astuto
que surge y emerge en el agua oscura del río.