Hay en la poesía de Jorge Teillier tanta nostalgia por la niñez y el tiempo transcurrido, que es imposible dejar de leerlo. Uno tras otro, la memoria se convierte en un poema escrito en busca de lo que ya no puede recuperarse y que sólo se conserva en los recuerdos de la infancia.
El proceso constructivo de la añoranza por aquellas cosas –o personas- que ya no existen, sino sólo dentro de la historia de los poemas de Teillier, provocan una tristeza apacible pero adictiva, sumada a un deseo intenso de volver a aquel lugar donde nunca jamás se ha ido.
Aquí comparto algunos poemas suyos de los libros: En el mudo corazón del bosque (1997), Cartas para reinas de otras primaveras (1985), Para un pueblo fantasma (1978), Crónica del Forastero (1968), Poemas del país de nunca jamás (1963) y El árbol de la memoria (1961).
CARTA DE LLUVIA
Si atraviesas las estaciones
conservando en tus manos hechas cántaro
la lluvia de la infancia que debíamos compartir,
nos reuniremos en el lugar
en donde los sueños corren jubilosos
como ovejas liberadas del corral
y en donde brillará sobre nosotros
la estrella que nos fuera prometida.
Pero ahora te envío esta carta de lluvia
que te lleva un jinete de lluvia
por caminos acostumbrados a la lluvia.
Ruega por mí, reloj,
en estas horas monótonas como ronroneos de gato.
He vuelto a la casa que conserva las cenizas
que hacen renacer a los fantasmas que odio.
Alguna vez salí al patio a decirles a los conejos
que el amor había muerto.
Aquí no debo recordar a nadie,
aquí debo olvidar la colina de los aromos
porque la mano que cortó aromos
ahora cava una fosa.
El pasto ha crecido demasiado como para arrancarlo.
En el techo de la casa vecina
se pudre una pelota de trapo
dejada allí por un niño muerto.
Entre las tablas del cerco me miran rostros
que creía olvidados,
y mi amigo espera en vano que en el río
centellee su buena estrella.
Tú, como en mis sueños, vienes atravesando las estaciones
con la lluvia de la infancia
en tus manos hechas cántaro
En el invierno nos reunirá el fuego
que encenderemos juntos.
Nuestros cuerpos harán las noches tibias
como el aliento de los bueyes,
y al despertar veré que el pan sobre la mesa
tiene un resplandor más grande que el de los planetas enemigos
cuando lo partan tus manos de adolescente.
Pero ahora te envío una carta de lluvia
que te lleva un jinete de lluvia
por caminos acostumbrados a la lluvia.
OTOÑO SECRETO
Cuando las amadas palabras cotidianas
pierden su sentido
y no se puede nombrar ni el pan,
ni el agua, ni la ventana,
y la tristeza ha sido un anillo perdido bajo nieve,
y el recuerdo una falsa esperanza de mendigo,
y ha sido falso todo diálogo que no sea
con nuestra desolada imagen,
aún se miran las destrozadas estampas
en el libro del hermano menor,
es bueno saludar los platos y el mantel puestos sobre la mesa,
y ver que en el viejo armario conservan su alegría
el licor de guindas que preparó la abuela
y las manzanas puestas a guardar.
Cuando la forma de los árboles
ya no es sino el leve recuerdo de su forma,
una mentira inventada por la turbia
memoria del otoño,
y los días tienen la confusión
del desván a donde nadie sube
y la cruel blancura de la eternidad
hace que la luz huya de sí misma,
algo nos recuerda la verdad
que amamos antes de conocer:
las ramas se quiebran levemente,
el palomar se llena de aleteos,
el granero sueña otra vez con el sol,
encendemos para la fiesta
los pálidos candelabros del salón polvoriento
y el silencio nos revela el secreto
que no queríamos escuchar.
XXIII
"Para qué me preguntas. Todos
moriremos
Eso no me ayuda.
No, realmente no".
Gunnard Ekelof
Lo que importa
es estar vivo
y entrar a la casa
en el desolado mediodía de la vida.
El río pasa recogiendo la calle polvorienta.
Los satélites artificiales pueden rodear la tierra,
pero nada saben de ellos los bueyes enyugados a las carretas.
Es el mismo de otro siglo el gesto del campesino al descargar un saco de
trigo,
el polvillo de la molienda danza en el sol sin memoria,
escuchamos el trote de los ratones entre los sacos dormidos de la bodega,
y el oculto resplandor de las cosas
tiene un secreto revelado por los aromos.
Escucho el pitazo del tren
cortando en dos al pueblo.
El pueblo donde pedí tres deseos al comer las primeras cerezas,
donde me regalaron una lámpara humilde que no he vuelto a hallar
el pueblo que tenía unos pocos miles de habitantes cuando nací,
y fue fundado como un Fuerte
para defenderse de los mapuches
(todo eso era nuestro Far West).
El pueblo donde aún humean mantas junto a cocinas a leña
y el invierno es la travesía de un tempestuoso océano.
Si me pidieran recordar
algo más allá de las calles donde di los primeros pasos
no sabría mucho que decir.
Creo que he estado en otros países
he visto día a día las ciudades vehículos iluminados como trasatlánticos
llevar rostros fatigados de un matadero a otro.
"La vida es un pretexto para escribir dos o tres versos cantantes y luminosos",
escribió un poeta,
pero tal vez yo no sea de verdad un poeta.
Me amo a mi mismo tanto como a mi prójimo
pero estoy dispuesto a desaparecer junto a todo mi prójimo.
Puedo rezar sin creer en dios,
a las noticias del día
suelo preferir leer memorias de oscuros personajes de otras épocas
o contemplar los gorriones picoteando las maravillas.
De nuevo alguien ve derrochar
los yuyos su oro al viento.
Alguien va a temer cada mañana que el sol no regrese,
alguien tal vez aprenderá a leer en diarios que anuncian nuevas guerras,
alguien en la noche
va a tomar un carbón encendido para trazar círculos de fuego
que lo protejan de todo mal.
Quedaré solo en un bosque de pinos.
De pronto veré alzarse los muros al canto de los gallos.
Podré pronunciar mi verdadero nombre.
Las puertas del bosque se abrirán,
mi espacio será el mismo que el de las aves inmortales que entran
y salen de él,
y los hermanos desconocidos sabrán que ya pueden reemplazarme
Debo enfrentar de nuevo al río.
Busco una moneda.
El río ha cambiado de color.
Veo sin temor
la canoa negra esperando en la orilla.
TRATEN DE DESPERTAR
Traten de despertar
y acompáñennos
campanas que han olvidado su sed de espacio,
arco iris en dónde quería vivir una niña,
tardes que pasábamos en el tejado de zinc
leyendo a Salgari¹ y a Julio Verne,
tardes como las sandías que poníamos a enfriar en el río,
como los pies desnudos de los niños que caminaban por los rieles del desvío del aserradero,
como el beso de la muchacha en la penumbra de la bodega triguera.
Acompáñennos,
rechinar de las mariposas de hierro,
veletas quejumbrosas,
cielo de la hora de la novena
tan cercano que pronunciar un nombre podría romperlo,
cielo en donde se hundían las palomas cansadas de la iglesia.
Acompáñennos
a nosotros que hemos visto el sol
transformarse en un girasol negro.
A nosotros que hemos sido convertidos
en hermanos de las máscaras muertas
y de las lámparas que nada iluminan
y sólo congregan sombras.
A nosotros
los desterrados en un lugar en donde nadie conoce el nombre de los árboles,
donde vemos todo próximo amor
como una próxima derrota,
toda mañana como una carta que nunca abriremos.
Acompáñennos,
porque aunque los días de la ciudad
sean espejos que sólo pueden reflejar
nuestros rostros destruidos,
porque aunque confiamos nuestras palabras
a quienes decían amarnos
sin saber que sólo los niños y los gatos
podrían comprendernos,
sin saber que sólo los pájaros y los girasoles
no nos traicionarían nunca,
aún escuchamos el llamado de los rieles
que zumban en el medio día del verano en que abandonamos la aldea,
y en sueños nos reunimos para caminar
hacia el País de Nunca Jamás
por senderos retorcidos iluminados
HISTORIA DE HIJOS PRODIGOS
I
Aquí se encienden velas.
Poco a poco nos reconocen los parientes y las cosas.
La arrugada pared de madera que de nuevo recorren nuestras manos.
La escalera quejumbrosa
en donde espera un sueño
que en vano intentaré cerrar nuestros ojos.
En el silencio no se sonríe a nadie.
Sólo una niña que aún no sabe hablar
sigue hablando con su sombra.
Quizás es la sombra de una muerta
que quisiera comunicarse con nosotros.
Se cierra rechinante una ventana
abierta hacia el cementerio del cerro. Va a haber temporal.
Van a guardar los animales. Nadie se acuerda de la luna cansada de delatar a los ratones que roen manzanas en la bodega.
Los postes del telégrafo
hacen más desnudos y vastos los caminos solitarios.
Aquí se encienden las velas.
Un espejo despierta.
En su fondo muestra una calle en donde sentados en la cuneta
veíamos a otros niños elevar volantines.
Una calle atravesada por un tren fatigado (desde la ventanilla del carro mirábamos pasar sin amor ni odio al pueblo).
Una casa con un cuarto abandonado. El viento se entretiene en lanzar cartas y cuadernos por la
ventana.
Un sendero olvidado en donde el último caballo de la tierra y una muchacha que aún no nace
esperan que apaguemos las velas.
(No nos hallábamos aquí.
No nos hallábamos en ninguna parte.
El cuerpo de toda mujer era el fin de una casa extraña y deshabitada.
Las palabras de los amigos
eran las mismas de los enemigos.
Nuestro rostro se transforma en el rostro de un desconocido).
Bajo las oscuras vigas soñolientas
la madre saca el pan recién nacido
del vientre tierno de la cocina.
El padre ofrece el vino
y los vasos se alzan con un gesto inmemorial.
II
Porque una niña que no sabe hablar habla con su sombra.
Porque esta noche de temporal deben encenderse velas y un espejo despierta para contarnos nuestra historia.
Porque una ventana se ha cerrado rechinando tras una última mirada al cementerio del cerro.
Porque en un gesto inmemorial nos han sido ofrecidos el pan y el vino,
así como toda la vía láctea cabe en el cuadrado de la ventana,
cabe en un solo momento de esta herrumbrosa noche de invierno
un tiempo verdadero
del que sobreviven las semillas del pan y del vino.
Un tiempo como el girar de un trompo en la mano o el girar de las estaciones y los planetas
en donde todos tenían su tarea perfecta
y artesanos y comerciantes,
pastores y labradores,
escribas y sacerdotes,
bebían en paz el vino fraterno al final de la jornada, rodeados de la música de las constelaciones y los árboles,
mientras las mujeres aguardaban junto a los niños y frutos dormidos en el hogar, con el fuego y el amor que no cesan.
III
La niña ha callado.
La madre lleva a dormir a la niña y apaga el fuego de la cocina.
El temporal habla a la casa en un lenguaje que ya hemos olvidado.
El padre nos ha acogido pero somos nosotros los que no lo reconocemos.
Quizás nuestros rostros queden en el espejo
junto al último caballo de la tierra y una muchacha que aún no ha nacido
esperando ser recuperados por nuevos Hijos Pródigos.
Hemos consumido el vino y el fuego.
Los caminos que van a la ciudad nos esperan.
CUANDO TODOS SE VAYAN
A Eduardo Molina.
Cuando todos se vayan a otros planetas
yo quedaré en la ciudad abandonada
bebiendo un último vaso de cerveza,
y luego volverá al pueblo donde siempre regreso
como el borracho a la taberna
y el niño a cabalgar
en el balancín roto.
Y en el pueblo no tendré nada que hacer,
sino echarme luciérnagas a los bolsillos
o caminar a orillas de rieles oxidados
o sentarme en el roído mostrador de un almacén
para hablar con antiguos compañeros de escuela.
Como una araña que recorre
los mismos hilos de su red
caminaré sin prisa por las calles
invadidas de malezas
mirando los palomares
que se vienen abajo,
hasta llegar a mi casa
donde me encerraré a escuchar
discos de un cantante de 1930
sin cuidarme jamás de mirar
los caminos infinitos
trazados por los cohetes en el espacio.
CRÓNICA DEL FORASTERO (VI)
Las campanadas escapan del pecho del reloj de péndulo.
Huyen del pozo
y resuenan en la memoria.
La memoria,
esa lechuza ciega huyendo a refugiarse en un árbol hueco.
SIEMPRE VUELVE UN ROSTRO
Siempre vuelve un rostro, siempre
en el chubasco que cae repentino, en las
islas de las nubes.
Silencioso se asoma un obscuro sol
en las ventanas. Tu hermana lo retiene
un momento entre los dedos
y luego las manos vacías recorren muros
blancos con sus sombras.
Siempre por el patio asomas
a buscar el rostro de alguien.
Un chasquido se oye: es un chubasco
o un fantasma de un niño que vivió aquí hace tiempo
y vuelve a escuchar como la madre lee a su hijo.
Un rayo de sol ha quedado encerrado
en el rellano de la escalera
el sueño hace señas con su linterna
el sueño nos despierta
y la voz de la hermana cruza entre las nubes
la hermana que no conocimos.
BLUE
Veré nuevos rostros
Veré nuevos días
Seré olvidado
Tendré recuerdos
Veré salir el sol cuando sale el sol
Veré caer la lluvia cuando llueve
Me pasearé sin asunto
De un lado a otro
Aburriré a medio mundo
Contando la misma historia
Me sentaré a escribir una carta
Que no me interesa enviar
O a mirar a los niños
En los parques de juego.
Siempre llegaré al mismo puente
A mirar el mismo río
Iré a ver películas tontas
Abriré los brazos para abrazar el vacío
Tomaré vino si me ofrecen vino
Tomaré agua si me ofrecen agua
Y me engañaré diciendo:
"Vendrán nuevos rostros
Vendrán nuevos días".
TODO ESTÁ EN BLANCO
Todo está en blanco.
El alba reina en el reloj de pared.
Sus agujas se han detenido.
La sangre de mis venas es un lago en deshielo
una muchacha se ahogaría al cruzarlo.
Mi doble viste de negro
y sonríe.
Cuando él ocupa mi lugar
bajará la escalera de caracol
y se pondrá esos guantes
que el Príncipe de la Mentira entrega a sus discípulos
para que puedan estrangularse
sin la ayuda de los extranjeros que los traicionaron,
frente al espejo que les sonríe por última vez
diciéndoles que creyeron ser bellos tenebrosos
mientras se oye el aplauso de sus admiradores
los blancos pájaros que vaciaron mis ojos
y detuvieron el fluir de mi sangre
y luego parten en busca de mis únicos amigos
aquellos que no conocen todavía el blanco
para decirle que cumplieron una misión más
a su madre
la Gran Esfinge Blanca.
PAISAJE DE CLINICA
A Rolando Cárdenas
Ha llegado el tiempo
En que los poetas residentes
Escriban acrósticos
A las hermanas de los maníaco-depresivos
Y a las telefonistas.
Los alcohólicos en receso
Miran el primer volantín
Elevado por el joven psicópata.
Sólo un loco rematado
Descendiente de alemanes
Tiene permiso para ir a comprar "El Mercurio".
Tratemos de descifrar
Los mensajes clandestinos
Que una bandada de tordos
Viene a transmitir a los almendros
Que traspasan los alambres de púa.
William Gray, marino escocés,
Pasado su quinto delirium
Nos dice que fue peor el que sufrió en el Golfo Pérsico
Y recita a Robert Burns¹
Mientras el "Clanmore", su barco, ya está en Tocopilla.
Ha llegado el tiempo
En que de nuevo se obedece a las campanas
Y es bueno comprar coca-cola
A los Hermanos Hospitalarios.
El Pintor no cree
En los tréboles de cuatro hojas
Y planea su próximo suicidio
Heborizando entre yuyos donde espera hallar cannabis
Para enviarla como tarjeta de Pascua
A los parientes que lo encerraron.
Los caballos aran preparando el barbecho.
En labor-terapia
Los mongólicos comen envases de clorpromazina.
Saludo a los amigos muertos de cirrosis
Que me alargan la punta florida de las yemas
De la avenida de los ciruelos.
La Virgen del Carmen
Con su sonrisa de yeso azul
Contempla a su ahijado
Que con los nudillos rotos
Dormita al sol atiborrado de Valium 10.
(En el Reino de los Cielos
Todos los médicos serán dados de baja).
Aquí por fin puedes tener
Un calendario con todos los días
Marcados de rojo
O de blanco.
Es la hora de dormir -oh abandonado-
Que junto al inevitable crucifijo de la cabecera
Velen por nosotros
Nuestra Señora la Apomorfina
Nuestro Señor el Antabus
El Mogadón, el Pentotal, el Electroshock.
LLUVIA INMÓVIL
No importa que me hayas cortado siete espigas
yo he roto todos los espejos
he cerrado todas las ventanas
y estoy condenado a permanecer
inmóvil en este pueblo
donde entre la lluvia y la vida hay que elegir la lluvia
donde el Hotel lo he bautizado Hotel Lluvia
donde los plateados élitros de la Televisión
relucen sobre tejados marchitos.
Tú me dices que todo se recupera
y que mi rostro aparecerá
en un río que he olvidado
y hay un camino para llegar a una casa nueva
creciendo en cualquier lugar del mundo
donde nos espera un niño huérfano
que no sabía éramos sus padres.
Pero a mí me han dicho que elija la lluvia
y mi nuevo nombre le pertenece
un nuevo nombre que no puede borrar ninguna mano
sino la de alguien que me conoce más que a mí mismo
y reemplaza mi rostro por un rostro enemigo.
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